A lo largo del tiempo, en todas las culturas el ser humano ha encontrado en el agua caliente un refugio contra el frío, un espacio de limpieza y una experiencia casi ritual.
En Mesoamérica, el temazcal no sólo era baño, sino también un acto de purificación física y espiritual. En Asia, las aguas termales forman parte de prácticas milenarias del cuidado corporal.
Hoy, en la vida cotidiana de millones de personas, abrir la llave y dejar que el agua tibia recorra la piel sigue siendo sinónimo de bienestar.
Pero más allá del placer, la temperatura del agua desencadena en el organismo procesos fisiológicos, con beneficios y riesgos que dependen de la duración y la frecuencia del baño.
Efecto terapéutico del agua caliente
El Diccionario Enciclopédico de la Medicina Tradicional Mexicana de la UNAM describe al baño caliente como un vasodilatador natural, que favorece la circulación sanguínea y estimula la transpiración. A nivel muscular y nervioso, reduce la rigidez, relaja el estrés y alivia ciertas molestias inflamatorias.
“Un baño caliente bien administrado puede ayudar a personas con dolor articular o rigidez muscular, siempre que se inicie con agua templada y se aumente la temperatura gradualmente”, explica Ariel Vilchis Reyes, del Departamento de Salud Pública de la Facultad de Medicina de la UNAM.
El especialista aclara que este incremento debe ser moderado y no superar las temperaturas recomendadas: entre 37.5 y 43 °C en el uso cotidiano, y hasta 48 °C únicamente en baños terapéuticos bajo supervisión clínica.
En condiciones controladas, el agua caliente puede mejorar la movilidad en casos de lesiones leves, aunque los expertos advierten que no debe usarse para acelerar la cicatrización de heridas, pues un exceso de calor puede tener efectos contraproducentes.
Efectos en la piel
La piel, órgano más extenso del cuerpo, se protege gracias a una fina capa de lípidos y a un manto ácido que ayudan a retener la humedad y a impedir el paso de patógenos.
El agua muy caliente erosiona estas defensas en cuestión de minutos. El resultado es resequedad, irritación y, en personas con dermatitis atópica o eczema, un agravamiento de los síntomas.
“Cuando la temperatura es muy elevada, los aceites naturales que protegen la epidermis y el cuero cabelludo se pierden muy rápido, dejando la superficie reseca, irritada y vulnerable”, señalan especialistas universitarios.
Efectos en el cabello
Algo similar ocurre con el cuero cabelludo: el agua caliente elimina el sebo que lo protege y humecta. Sin esa capa, el cabello se vuelve seco, quebradizo y propenso a la caída.
En quienes padecen caspa, el calor excesivo puede alterar aún más el equilibrio natural del cuero cabelludo.
Riesgos menos visibles
Si bien la sensación de un baño caliente puede ser reconfortante, los especialistas de la UNAM advierten sobre algunos efectos que no siempre se perciben de inmediato, como:
- Quemaduras térmicas, especialmente en niños y adultos mayores.
- Mareos o hipotensión, por la vasodilatación excesiva.
- Fatiga y deshidratación, consecuencia de la pérdida de líquidos durante la sudoración.
En el caso de los baños de temazcal o vapor, se recomienda suspender la sesión si aparecen signos de mareo o debilidad, y abrigar el cuerpo después para evitar cambios bruscos de temperatura.
¿Cada cuánto bañarse?
La frecuencia ideal del baño no es universal. De acuerdo con el profesor Vilchis Reyes, deben considerarse tres factores: el clima, la condición biológica y la actividad física.
En climas fríos, bañarse dos o tres veces por semana puede ser suficiente; en climas cálidos o en personas que sudan mucho, hasta dos baños al día podrían ser necesarios. En todos los casos, la recomendación es preferir agua tibia y baños breves, de no más de diez minutos.
Guía práctica para un baño saludable
- Mantener la temperatura entre 37.5 y 40 °C para uso diario.
- No prolongar el baño más de 10 minutos.
- Usar jabones suaves sin perfumes ni detergentes agresivos.
- Hidratar la piel con crema o ungüento al salir del baño.
- Ajustar la frecuencia del baño según clima, actividad física y estado de salud.
Entre placer y prudencia
El agua caliente tiene un lugar legítimo en la cultura del bienestar. Desde los baños de vapor prehispánicos hasta las regaderas modernas, el calor ha sido una herramienta de relajación y cuidado personal.
Pero como ocurre con tantas prácticas saludables, su eficacia depende de la moderación. La ciencia y la tradición coinciden: el calor puede ser un aliado de la salud, siempre que se respete su poder y se evite el exceso.