El cenote Almolo era más que un atractivo en el municipio de Tlaltenango, era un sitio sagrado protector de vestigios arqueológicos y especies endémicas como el ajolote y el acocil.
Pobladores de este municipio ubicado en la zona del aeropuerto Hermanos Serdán afirman que su agua fue cristalina y abundante. Favorecía la agricultura de más de un centenar de cultivos, la migración de aves, la ganadería y la pesca de carpa porque era fácil atrapar un ejemplar e integrarlo a los alimentos del día.
Por las bondades aportadas y su historia milenaria, cada 19 de marzo este ojo de agua recibía a decenas de familias que llegaban a nadar, bailar y convivir en honor a su existencia.
Hoy el Almolo no es eso que era. Los habitantes enlistan tres hechos para sustentar esta afirmación.
El primero tuvo lugar en 1997, cuando su depósito se secó a causa de la perforación de pozos profundos en territorio del municipio vecino, San Miguel Xoxtla, para abastecer a las zonas habitacionales de la ciudad de Puebla. La llegada de la empresa Ternium, dedicada a la producción de acero, también contribuyó.
El segundo es la contaminación que, desde hace un lustro, su foso registra por el acumulamiento de aguas negras vertidas por la red de drenaje de la jurisdicción, problemática que también afecta sus canales naturales.
El tercero es asociado con un proceso de compra-venta del predio donde se localiza. En un hecho inexplicable para los pobladores, el cenote dejó su estatus de propiedad pública para adoptar el de privada, en un acto del que poco se conoce.
Ahora con nostalgia, don Guillermo Ramos recuerda que el Almolo daba agua limpia con la que regaba su campo. Los peces eran fáciles de admirar y sus alrededores formaban un paisaje hermoso.
A sus 69 años de vida, dice que el Almolo era el único espacio de diversión. “No necesitábamos más porque era lo que nos ofrecía la naturaleza, pero ya nada de eso queda”, indica con coraje reflejado en el rostro al ver lo que ahora es.
No lejos del campo de don Guillermo, su contemporáneo Juan comparte una vivencia en este sitio que visitó varias ocasiones para darse un chapuzón, aunque un día tuvo que ser rescatado por sus amigos de un posible ahogamiento por no medir la profundidad.
“Estaba niño, tenía menos de 10 años cuando ya me metía al cenote, porque me iba de pinta, no entraba a la escuela y con mis amigos me venía a agarrar carpas que luego cocinaba mi mamá”, resalta.
Asegura que el entorno era hermoso, pero ahora es desértico porque ya no hay vida, al contrario, hay tristeza al recordar los mejores tiempos en el Almolo.